viernes, 3 de septiembre de 2010

MIRANDO LA DISTANCIA por Karina Mariposa Roldán








Al caer la tarde una mujer recorre el sendero bajo la frecuente soledad de antaño, guiada por sus vientos escuchando los sonidos permanentes de tanto silencio.
Llueve en su corazón derretido la tibia cortina de imágenes lejanas, el recuerdo de aquel viajero sin tiempo que estacionó su dolorido cuerpo abrazando el aislado cuello durante años ausente de besos.

Perfume de hombre
Fragancia de ensueños
Aroma indeleble
Bálsamo tardío

La mirada perdida encuadra las nubes trayendo de regreso horas y minutos. Ella evoca solamente y de memoria las veces que el amor rodaba por la orilla de sus cabellos negros, empapando de nostalgia una tierra sin dueño; cuando la espalda sedienta cobijaba lunares relucientes, estrellas desprendidas del techo que posaron la fugacidad de una caricia en los omóplatos distendidos; curva de cintura subrayada por unos dedos erizando la cumbre de sus senos valientes; el declive donde todavía no produce simientes y la piel sedosa acunando la huella milenaria del viajero sin tiempo. Tal vez su paso haya sido un cuento, una dulce historia narrada por el rumor de la brisa, el prólogo de un libro que jamás se editó.


Al caer la tarde, en su frecuente soledad de antaño, una mujer recorre el sendero guiada por sus vientos, escucha los sonidos dejados por tantos silencios. Mueren los hijos que no tuvo, se extinguen deseos y movimientos. Renace infinita, amante y libre encendida por las aguas cristalinas de su esencia.
Mujer Sola
Frente a la cautivante y única compañía del mar sin fronteras.

Karina Mariposa Roldán © 2010

UN PENSAMIENTO DE MADRUGADA por Juan Pomponio




La ENVIDIA es un veneno letal que corroe la sangre, quema las arterias y pudre el alma.

Esta lamentación surge de una reacción simple y primitiva de la mente: la COMPARACIÓN: "Él escribe mejor que yo", "Ella tiene una mejor casa", "Su mujer es más hermosa", "Mi hermano tiene más dinero", y miles de confrontaciones. Algunos pretenden taparla o justificarla agregando un toque de moralidad a sus dichos: "Como envidio tu auto… pero sanamente". Es lo más normal y se oye todos los días en la calle, entre familiares, a través de la televisión, por la radio, es algo cotidiano que transcurre con la misma vida.
La ENVIDIA es una enfermedad lacerante. Nunca puede ser sana. Uno podría llegar a creer que sí lo es, pero se confunde. ¡Siempre será envidia aunque quieran disfrazarla! Quienes la padecen, sufren, son infelices, están afectados y descentrados, mirando hacia afuera de su naturaleza. Les duele tanto que no pueden soportar el éxito de los demás. La sociedad se olvida de una regla dorada: EL OTRO SOY YO. Todos somos UNO. No estamos separados. Entonces en lugar de ADMIRAR a los demás, comenzamos a envidiar y de allí surgen toda clase de angustias espirituales que luego pueden trasladarse al plano físico y enfermar a la persona, por ejemplo la conocida “mala sangre”. Está comprobado el daño que provocan las emociones negativas y oscuras en nuestro organismo. A la inmensa mayoría les encanta ser "envidiados", eso les da poder y hace que se sienten personas importantes. Muchos ostentan con el propósito de hacer sufrir a los demás. Ambas personalidades padecen de otra enfermedad compuesta por tres letras llamada: Ego. Aquí surge el principal inconveniente en nuestra sociedad que está dirigida por una Egocracia.
Cuando comprendamos la falsedad de todas las ilusiones impuestas por la dictadura del ego, caerán todas las máscaras sociales y el mundo del ser humano comenzará a transitar por un camino de sabiduría hacia una realidad de mayor crecimiento interior como seres sociales. Podremos comprender la inutilidad de mantener la rigidez de posturas ajenas a nosotros mismos.

Admiremos al prójimo. Admiremos al que pinta, admiremos a otros poetas, otros artistas, al vecino, al amigo, A D M I R E M O S y dejemos de COMPARARNOS comprendiendo que cada ser es único en el Universo de la creación. Nadie es inferior, nadie es superior. Sólo sucede si caemos en la COMPARACIÓN. La felicidad no se pasea en un Rolls Royce, ni teniendo una mansión repleta de lingotes de oro. La felicidad radica en el simple acto de llenarnos de gozo por sentirnos vivos y poder disfrutar de la vida a cada instante, sea cual sea nuestra condición.


Sigamos nuestros propios caminos sin tiempos ni estructuras, sólo como verdaderos guerreros y guerreras de una existencia individual.


JUAN POMPONIO © 2010