lunes, 28 de marzo de 2011

FUERZAS QUE CHOCAN por Juan Pomponio



Detrás del velo de lo aparente hay una batalla desmesurada donde varias fuerzas antagónicas pelean levantando chispas azules hacia el infinito. Existe desde siempre una raza luminosa que está llegando a nuestra Tierra. Cada año son más los seres de luz que descienden para tendernos una generosa mano. En un sistema instaurado que todo quiere condicionar y todo quiere someter bajo el influjo del hipnotismo masivo, aquellos que logran escaparse de sus garras se filtran entre los hombres grises y comienzan a enseñar y rediseñar los colores de la vida, bien reales e intensos con sus matices en plenitud. Ellos nos hablan de los astros, de la sonrisa de los niños, del canto de los pájaros. Iguales a un faro que guía, como pequeños focos tendiendo puentes solares para que otros puedan despertar del sueño colectivo y emerger de la ilusión que nos han impuesto desde nuestra infancia. Son seres que poseen una mente nueva sin codificar que ejercen su accionar desde la revolución de la Conciencia. Una conciencia sobrada de LUZ y SABIDURIA. Un hombre sabio es bueno por naturaleza, no se halla contaminado socialmente, camina entre nosotros pero no forma parte de la masificación. Una mente fresca no posee doctrinas, ni ideologías y tampoco nacionalismos. Es una psiquis pura que funciona desde otro estado, un cerebro que actúa sin condicionamientos mentales. Un hombre sabio jamás lanzaría una bomba atómica sobre ciudades indefensas, no permitiría el hambre peregrinando migajas en las calles, trabajaría para el bienestar de todos y no para su beneficio propio. La bondad en su corazón está sellada a fuego pues él comprende la realidad del Amor. Saber que no sabe nada es una de sus mayores riquezas junto a la total ignorancia de un alma que anhela siempre conocer y aprender. Un hombre sabio entiende que una flor tiene el poder sensible de la profunda religiosidad y se inclina ante la majestuosidad agradeciendo su belleza. Los hombres y las mujeres que caminan por la senda luminosa, al comienzo, creen estar solos y sufren por verse diferentes al resto, siendo incomprendidos, no saben de qué manera seguir la ruta trazada por las líneas del Tiempo, diagramadas por “Aquello” que vibra en todas las cosas. Luego, cuando empiezan su recorrido se dan cuenta que hay otros y después otros y más tarde otros seres similares, portando idénticas misiones: Iluminar, encender caminos, señalarlos, para que los demás vayan libres de todo peso dogmático que impida la propia iluminación interior. El encuentro con la verdad. Ya no podemos continuar peleando por territorios que no tienen verdaderos dueños y sólo son invenciones de la mente, del Ego que todo lo perturba. Nadie es dueño de nada en esta vida. Nada nos pertenece. Todo lo que tenemos nos es prestado por una cierta cantidad de años, tal vez setenta, ochenta, entonces ¿por qué tanta avidez y afán de posesiones si nada podremos llevarnos? Ahora es momento de contemplación, tiempo de ver las realidades que nos circundan. Aprehender, captar, asimilar, entendernos, Amar. Tender una mano al que necesita, creer que todo es posible, sostener la llama de la FE inquebrantable. Una palabra de amor tiene más fuerza de choque que mil bombas. El hombre sabio ha debido permanecer oculto porque su luz se hace visible y resalta demasiado, entonces las fuerzas oscuras lo buscan, él/ella se transforma en alguien peligroso ante los ojos de quienes oprimen a tantos. Por eso enseñará desde el anonimato, no buscará discípulos, sólo ponernos frente al espejo de nuestra vida para que miremos todas las barbaridades y tengamos la posibilidad de mutarlas y trascender. Los seres luminosos caminan entre nosotros. Están presentes. Los he visto y he conversado con ellos. He percibido la pureza de sus corazones desposeídos de todas aquellas emociones negativas. Ellos no saben de envidias, odios, rencores y celos, todo es AMOR, todo es paz, una paz transmitida sin pretensiones más que la de ser seres simples, como una tierna brizna del monte.




Juan Pomponio © 2010

sábado, 5 de marzo de 2011

LA RISA DE LA HIERBA, prólogo por Karina Mariposa Roldán



¿Qué sucede cuando las Diosas de los siglos atraviesan el ocaso y se instalan en las arterias? Acontece la transmutación de las almas incitando los cuerpos, el hervor inmediato en el tiempo ausente de relojes, un suspiro encerrado que brotará elocuente. Pero ¿y si todo resplandeciera de idéntica manera al día siguiente y al otro y al otro? He de pensar entonces que las divinidades sí han apostado su carnalidad en las lomas y cerros que hermosean las curvas de una mujer y que un hombre sabio, artesano de las metáforas, despunta poesías entrelazando el misticismo que no cesa de exudar pasiones.
Juan Pomponio habita en una constante plenitud literaria y dibuja la conjugación perfecta entre sensibilidad y creación, traspasando los límites conocidos para entablar diálogos directos con la madre naturaleza. Su rostro es el rostro de la poesía y descubro, gracias a su trazo, el poderío de las hierbas bebiendo la tinta de aquella panacea teñida de encanto, en un suave color azafranado. La generosa Artemisa recorre los contornos de las sílabas asumiendo esencias pasadas, repartiendo la vibración con los ausentes y éste narrador inmemorial transcribe la fórmula de un brebaje, cuya receta se amolda al formato y donde los vocablos encierran la personalidad de su ser abarcando la integridad de los sentimientos.


La risa de la hierba abraza palabras ilusorias que nos atraviesan el núcleo y del escote surge la fuente de toda erudición. Una sabiduría alquímica que conserva el lenguaje propio de lo etéreo, que comprende los segundos clave detenidos en un solo silencio, el estrépito estelar en la cadencia de una frase. De pronto, la transfiguración del crepúsculo asoma de las pupilas del Poeta y se puede ver la luz del Amor. Azul marino, bellas figuras ensambladas a los párpados que miran sin edad desde el siglo desconocido, cuando su cuerpo masculino enarboló la bandera del deseo atravesando los caminos de la gloria. Oculto en el interlunio y a la espera de reanudar su ciclo natural de existir, se hallan los restos de aquellas expresiones trocadas en versos, deliberadamente escritas por una mano que ha sabido volcar la osadía del sentimiento universal: Amor.


Las veces que el azar ubica las piezas humanas en el punto justo del engranaje sideral, parece que la naturaleza vibra acompañando el reencuentro. Hierbas veneradas, hierbas curativas, sagradas y espirituales, hierbas poéticas y alegres. ¿Cómo no ver con nuestros ojos invisibles del alma muda la sonrisa que persiste en cada una de éstas especies?
El exquisito poemario nos permite hacer un recorrido con los sentidos dispuestos, asomar la nariz para embebernos de sus fragancias. Una poesía indisoluble dibujada sobre el pentagrama del presente, en el que la sensualidad se halla escrita sobre la escala musical del perfecto siete, embistiendo las venas. El persistente aleteo de una mariposa envuelve de magia a la soledad. Brotan flores en un campo inexistente, del fondo de la tierra por donde corren los espíritus del encanto, ensoñación prolongada. Una fábula corta donde una crisálida, reclinada al lado de las estrellas, hace visible sus alas y desciende al abismo en el que redescubre su interior.

Juan Pomponio no tiene herencias ni semejanzas en su sangre literaria. Es un hombre sin tiempo enraizado en la distancia y, como un árbol señero, nos cuenta secretos al oído infinito para abrazar el milenio y deslizar una gota de su rocío por las grietas del corazón. Aquí, al dar vuelta cada una de las hojas del libro, la senda trazada por sus dedos sirve de puente para que el hecho místico suceda continuamente, curtiendo los muros de una madreselva que traduce la amalgama perfecta del enamorado entregado a los rituales de la existencia.

Karina Mariposa Roldán
Marzo 2010 © copyright