jueves, 1 de julio de 2010

DANZA Y VIDA por Karina Mariposa Roldán









La pasión por nuestro arte cotidiano comienza desde que bajamos los pies de la cama y vamos en busca de la vida y ella viene por nosotros. Amanecemos cada día haciendo una recorrida de movimientos y actos simples durante horas, de idas y vueltas geométricas cuyo final se determina frente al reposo, cuando la noche abraza nuestro cuerpo en el ocaso de sueños infinitos. De pronto, transitamos diagonales que se cruzan y elegimos caminos, vamos girando en un círculo que se acomoda con la naturaleza en una perfecta coreografía orquestada por el universo y este gran escenario del planeta donde todos somos partícipes tiene millones de protagonistas, impulsados por diferentes motores, que ejercen sus roles y profesiones, trabajando incansables sus proezas cotidianas, utilizando cuerpo, mente, espíritu y alma. Una madre sostiene a su niño meciéndolo con suaves arrullos y en el vaivén complaciente lo adormece. Un aborigen retiembla sobre la tierra cercándola con su cuerpo trémulo mientras invoca a los dioses de la lluvia. Todo es movimiento, acción y reacción y todos formamos parte de una danza cíclica y voluble, inigualable desplazamiento humano que vibra con acordes personales acompañados por músicas constantes y por el silencio que bordea la soledad.


Nuestro cuerpo entraña un arte diario de consagración, conectado con los meridianos que atraviesan la circulación sanguínea de la cabeza a las extremidades inferiores y en el reflujo de cada marea lunar nos unimos a nuestra esencia. Somos seres únicos, misioneros en la Tierra y no debemos permitir que nos anulen el pensamiento ni las capacidades de obrar e inventiva.


Cuando los alumnos ingresan al salón de clases, templo sagrado que abraza la generalidad del cuerpo, aprenden que allí no solo esculpirán la escuela académica del ballet sino que entibiarán el espíritu y canalizarán dolores para tolerar la renovación de sus propias estaciones. El colosal abanico del sujeto cobra formas diversas mutando lo antiguo del organismo para explorar la novedad. Enseñarles la fugacidad de la danza implica conducirlos por aquellas rutas donde zigzaguean los sentidos, abordando la intimidad de sus lados femeninos y masculinos en pleno desarrollo, encausarlos para reconciliarse con la pujanza de la aurora y acondicionarlos para la conquista de un eje sostenido que separa el núcleo al tiempo que fusiona la correcta simetría humana. Es primordial encarar la envoltura sensorial y perceptiva desde todos los flancos posibles para que el foco de atención profundice su mirada en las áreas tangibles, emotivas y anímicas donde sucederá la entrega y el abandono de lo conocido. De una clase de danza nunca se sale del mismo modo que se ingresó. La danza es Yoga, meditación, una religión física y del alma. Es Uno y su Dios. Uno con Uno mismo entrando al éxtasis, viviendo la pasión que arde en el vientre, posicionando los músculos tensos, armonizando las dulces caricias que perforan los oídos gracias a la música que se adentra poderosa en las carnaduras y retuerce la realidad. Los pies son una lengua que aprisiona el tapete negro igual que una boca succionando el fervor del encuentro amoroso. Acordes y cimbronazos, versatilidad y emoción. Medicina para cualquier pena del alma que se corporiza de inmediato.

La danza es la belleza de la poesía escrita con el cuerpo. Personifica el arrebato de una pasión, la loca bohemia de tantos poetas viajando por el tiempo, puntualiza sentimientos y emociones cuya visualización transcurre gracias a la anatomía encaminándose por el espacio, saltando en rimas constantes, rodando por el suelo los versos en acción. Un solo paso puede significar una sola palabra. Como coreógrafa me siento una alquimista del movimiento narrativo y a la hora de montar una obra utilizo el abecedario completo reuniendo el idioma del mundo en una sola lengua. Mis metales combinan a la vieja usanza y penetro en los desplazamientos junto a la música cuando ella arrasa mis oídos encendiendo candelas, acentuando sentimientos sin expresiones verbales, tan sólo la eufonía del cuerpo escribiendo con tinta indeleble. El entorno donde se descubre la danza franquea la sinceridad anatómica, habilita las fronteras empotradas por el Hombre y el lenguaje real cobra nuevas dimensiones. Un bailarín, en la interioridad de la escena, deviene traductor de historias relatadas en imágenes físicas que lo llevarán a unir vías espirituales entre el público y él mismo. Somos cuentistas sin vocablos, escritores de la corporalidad. La poesía del movimiento sucede virtuosa y descifrable, los brazos se sacuden en un aire de pureza para abarcar la ilustración del amor, desperdigando un bosquejo etéreo de su gala en el público expectante. La poesía es danza llevada a cabo por la conjunción existente entre las bellas palabras. Ambas –poesía y danza- comunican al mundo, conmueven, acercan, construyen y liberan el aliento de la Creación.


Vivamos cada día y disfrutémoslo como si fuese el instante final, un arte incomparable, la cumbre escénica, el telón que pronto desciende, los brillos que se consumen, el arrebato de nuestra sangre, el esplendor de un sol individual que se oculta a la hora precisa en que la luna asoma su luminosidad y las emociones nocturnas endulzan el día que concluye, descansan las fuerzas que se adormecen para recomenzar el ciclo y conducirnos nuevamente hacia el sendero del Amor.

-¿Qué separa la vida de la muerte?
-Tan solo un instante…-



KARINA MARIPOSA ROLDAN ©

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